Más allá del Norte.
❝ Yo aprendí el lenguaje de la tierra... ❞

Alanna nació en el seno de la noble y antigua Casa Stark; una bella dama del invierno. Su vida prometía ser segura, cómoda y cálida; por sus venas corría la sangre del huargo, después de todo, y el Norte la había acogido y criado con ese cariño que sólo sus vástagos saben apreciar.A los seis años, no obstante, descubrió que las cosas no serían tan sencillas como ella había esperado. Los sueños que la atrapaban por las noches le mostraban imágenes extrañas, complejos rompecabezas que, al tiempo, demostraban hacerse realidad. Al principio pensó que se trataban de coincidencias, meras casualidades... pero con cada nueva ocasión en que la situación se repetía, se convencía más y más de lo contrario. Sus señores padres nunca estuvieron de acuerdo, por supuesto, pero ninguna de las historias y razones que le dieron para apartarla de aquellas ideas funcionó. No sólo se trataba de su propia experiencia, era su mismo interior: la pequeña Stark sabía que todo aquello era real, tan real como el frío de la nieve... pero no lograba comprenderlo. ¿De dónde procedía aquella habilidad? ¿Era un don, una maldición? ¿Había alguna forma de controlarlo, o era ella quien estaba a merced de sus sueños? Las cosas que veía, esos vaticinios... ¿podían llegar a cambiarse? Lo único que tenía eran viejos cuentos de ancianas: sus gigantes, sus pequeños seres mágicos de los bosques, y esos oscuros peligros que se agazapaban al norte del Muro.Aunque su curiosidad y deseo de saber no hacían sino aumentar, se esforzó durante un tiempo por continuar su vida al margen de aquellas preguntas. Eso fue hasta que, a sus diez años, apareció una comitiva de la Guardia de la Noche.Alanna no pudo evitarlo. A pesar del nudo que su propia idea le provocaba en el estómago, la pequeña sabía que ellos eran los únicos con la potestad de cruzar más allá del Muro. La única vía que jamás tendría para tratar de averiguar algo sobre sus sueños... y quizá sobre sí misma. A sabiendas de que los hermanos negros no aceptaban mujeres, la chiquilla se cortó el pelo, muy a su pesar, y se disfrazó como un jovencito de campo que pretendía entrenar en la Guardia para vestir el negro algún día. Poniendo todo su cuidado en pasar desapercibida, y dejando atrás a una familia que, ya acostumbrada a sus travesuras, no sospechaba demasiado de las ausencias, marchó con la comitiva hacia el Castillo Negro. Una vez allí, y tras varias semanas investigando el lugar y el funcionamiento de la Guardia en sus escasos descansos, aprovechó su pericia en escabullirse para colarse tras una expedición que cruzaba al otro lado del Muro.No la vieron, en ningún momento. Y eso significaba dos cosas. La primera, que su plan había funcionado. La segunda, que a la hora de regresar, la dejaron atrás.
Tan pronto se vio con el camino libre para huir hacia los bosques, en busca de sus ansiadas respuestas, Alanna emprendió la marcha... y, como era de esperar, allí se perdió. Todos los cálculos que realizara para regresar con los hermanos negros, sus ideas para volver a las agradables hogueras de Invernalia y al abrazo de sus padres se fueron con el frío viento que soplaba entre las hojas.Estaba sola. Sola, perdida, con unas provisiones muy limitadas y un puñal como única defensa.Las noches fueron lo peor. Largas, heladas, insomnes... cargadas de inquietantes susurros allá a donde iba. Cada poco tiempo tenía que recoger las pocas pertenencias que había traído y huir, ya fuese de los salvajes o de las bestias, y rara vez escapaba indemne del ataque de las últimas. Fue esa manada de lobos la que, irónicamente y tras doce días de vagar sin rumbo, marcó el destino de la chiquilla.
Pensó que no lo contaría. Las lágrimas de dolor y miedo le quemaban el rostro mientras escapaba, cubierta de heridas sangrantes. No habría sabido decir durante cuánto tiempo corrió, pero aún escuchaba los aullidos cuando se adentró en la cueva en la que, mientras trataba de encontrar algún escondite, acabó por caer inconsciente.No fue ahí, sin embargo, donde despertó. Estaba en otro lugar, en un claro con el que nunca antes se había tropezado... y rodeada de unas extrañas criaturas que tampoco había visto jamás. Se hacían llamar ‘aquellos que cantan la canción de la tierra’, en su propia lengua... pero, tal y como le explicaron a la niña, los humanos como ella los conocían como ‘hijos del bosque’. La acogieron. Atendieron sus heridas, la ayudaron a sanar, y le dieron un nombre con el que llamar a sus sueños: verdevidencia. Los hijos del bosque no se acercaban al Muro y, por supuesto, tampoco a los hermanos negros. No llevaron a la niña de vuelta, pero sí la aceptaron entre los suyos. Alanna estudió con ellos, entrenó con ellos; vivió con ellos durante años. Vio sus habilidades crecer, descubrió otras nuevas; aprendió las artes de sus huéspedes y recibió sus conocimientos.Fueron tiempos extraños, agridulces; no podía tacharse de infeliz allí, con aquellos que cantan la canción de la tierra. Era libre, y ella misma había escogido quedarse con ellos... pero su corazón siempre se encogía al pensar en Invernalia. No habría sabido siquiera decir cuánto tiempo llevaba apartada de él, pero echaba de menos su hogar y a su familia. Tampoco habría podido dar noción alguna de tiempo cuando volvió a ver a un hermano negro, el día que, en una de sus salidas, decidió aventurarse más allá del Bosque Encantado. Una expedición, mayor que la aquella que ella misma usara para escabullirse al norte del Muro.
Volvió para despedirse. Sus huéspedes no le pusieron impedimento alguno para marchar, y con sus bendiciones, partió en busca de los miembros de la Guardia.El regreso de Lady Alanna Stark fue el evento más sonado del año en el Norte, y lo siguió siendo tiempo después. Desaparecida a los diez años y misteriosamente hallada más allá del Muro a los dieciséis, la inquieta y jovial pequeña que todos recordaban había vuelto como una joven hermosa y grácil, pero tan silenciosa y reservada como los inviernos. Alanna ponía especial cuidado en observar las cosas al detalle, y rápidamente demostró ser sumamente inteligente y perceptiva... pero jamás nadie consiguió sacarle una palabra sobre los seis años que había pasado lejos del hogar. El único testimonio con el que podían especular era el arco de madera de arciano que la muchacha había traído consigo, y que no consentía que nadie tocara. El corazón de la joven Stark al fin se sentía en casa, pero sabía que, a pesar de los innumerables peligros y de los oscuros misterios que el Muro guardaba, parte de ella siempre añoraría al ancestral pueblo que la acogió y todo lo que había aprendido de ellos.Desde entonces, la joven Stark vive su vida entre los muros de Invernalia y los bosques del exterior, envuelta siempre en el misterio y los infinitos rumores que de ella se cuentan. Bruja, salvaje, la doncellez robada por los mismos... Alanna nunca presta atención a ninguno de ellos, aunque estos sean los responsables de la cuestionable reputación que tiene. Lo cierto es que le gustan, incluso, porque le permiten mantenerse al margen y limitarse a observar en silencio.
Al fin y al cabo, todo lo que ella desea es encontrar el equilibrio entre sus sueños y la realidad.